Joaquín V. González. |
Dijo el
ilustre fundador de la Universidad Nacional de La Plata:
“Ya veis
que no soy un pesimista ni un desencantado, ni un vencido, ni un amargado por
derrota ninguna, a mi no me ha derrotado nadie, aunque así hubiera sido, la
derrota solo habría conseguido hacerme más fuerte, más optimista,
mas idealista, porque los únicos derrotados en este mundo son los que no creen
nada, los que no conciben un ideal, los que no ven más camino que el de su casa o negocio, y
se desesperan y reniegan de sí mismos, de su patria y de su Dios, si lo tienen,
cada vez que le sale mal algún cálculo financiero o
político de la matemática del egoísmo. ¡Trabajo va a tener el enemigo para
desalojarme a mi del campo de batalla! El territorio de mi estrategia es
infinito, y se puede fatigar, desconcertar, desarmar y aniquilar al adversario,
obligándolo a recorrer distancias inmensurables, a combatir sin comer, sin
beber, ni tomar aliento, la vida entera, y cuando se acabe la tierra, a cabalgar por los
aires sobre corceles alados, si quiere perseguirme por los campos de la
imaginación y del ensueño. Y después, el enemigo no puede renovar su gente, por
la fuerza o por el interés, que no resisten mucho tiempo, y entonces, o se
queda solo, o se pasa al amor, y es mi conquista, y se rinde con armas y
bagajes a mi ejercito invisible e invencible”. (Fragmento de una página del
discurso de Joaquín V. González “La
Universidad y el alma argentina”, 18 de septiembre de 1918).